martes, 31 de diciembre de 2013

Pieza 14- Cristales de Bohemia



Puente de Carlos, en Praga.
El 9 de mayo de 2012 fue un día inolvidable. Apenas habían pasado pocos minutos de las seis de la tarde de ese miércoles histórico cuando llegué. Había venido caminando desde la Plaza Wenceslao. Ya había pasado por la bellísima Ciudad Vieja y por el famoso reloj astronómico. Ya me había sacado fotos con imponente la estatua de Juan Hus. Ya había visto las torres de la preciosa catedral de Tyn y comprobado, de manera presencialmente empírica, que efectivamente (y aunque no lo parezca), la torre de la derecha es más alta que la de la izquierda. Hasta que, finalmente, llegué.

La emoción me embargaba por completo. Desde pequeño había visto fotos de él. Aún en una infancia y adolescencia sin Internet me las había arreglado para buscar imágenes de él. Y ese miércoles lo pisé. Sin duda, temo exagerar al decir que con sus 516 metros de longitud, sus 16 arcos, sus 30 estatuas y sus torres emplazadas en ambas cabeceras, el puente de Carlos de la ciudad de Praga es el más lindo del mundo.


Llegar a ese puente aquella tardecita de mayo fue una de las experiencias más sublimes de mi vida. Para completar este cuadro casi celestial, a los pocos segundos de estar ahí vino un señor alto, de pelo rubio (con corte “a lo Carlitos Balá”), cara redonda, anteojos, una barba pelirroja que no llegaba a ser candado (se cortaba a la altura de los labios para seguir en la pera), sobretodo beige y una sonrisa amplia. En un instante breve sacó un violín y con sus manos regordetas comenzó a ejecutar con maestría el Canon de Pachelbell, una de mis piezas clásicas favoritas. ¡Qué más podía pedir!  Ver el atardecer a orillas del Moldava, con semejante paisaje y con tan sublime música es algo que no tiene precio (bueno, sí tuvo precio porque le dejé una moneda de un euro al violinista).
Violinista que tocaba el Canon de Pachelbell.

Las Naciones Unidas han declarado a 2014 como el Año Internacional de la Cristalografía, que es, ni más ni menos, la ciencia que estudia los cristales.

Enseguida, mi mente linkea este hecho con los famosos “cristales de Bohemia”, tan propios de mi amada Praga. En las tiendas de la ciudad, uno puede encontrar todo tipo de encantadoras y artesanales figuras hechas con este material.

Enseguida, mi mente enlaza esto con los versos del poeta de Úbeda. Así dice una parte de la canción “Cristales de Bohemia”, de Joaquín Sabina:

En el puente de Carlos aprendí
            a rimar cicatriz con epidemia,
perdiendo los modales:
si hay que pisar cristales,
que sean de Bohemia, corazón.

No soy un experto intérprete de poesía (por otro lado, ¿es posible explicar una poesía?) pero entiendo que un puente es un sitio excelente para conjugar experiencias traumáticas (epidemias) con sanaciones (cicatrices). Azotada por innumerables plagas, el puente (construido por el rey Carlos en 1357), ayudó a la ciudad a soportar la enfermedad y la muerte. Con el paso de los siglos, el puente sigue en pie, cumpliendo su misión de unir, conectar, restaurar, asociar…

Praga es una ciudad dolorosamente bella. La alegría casi insuperable al ver cada esquina, cada callecita y cada detalle medieval pareciera que siempre nos remite a una entrañable melancolía. La vida también es así. Tiene momentos de gozo mezclados con dejos de tristezas.

Me gusta el verbo “aprender” que el verso menciona. Me muestra que no es simple la tarea de ensamblar las pérdidas con las ganancias, las situaciones poco felices con las negativas y las derrotas con los triunfos. Pero debemos aprender de las epidemias para que aparezcan las cicatrices.
 
En estos días todos dicen “Feliz año nuevo”. Y la verdad es que los próximos doce meses no serán más felices que los doce pasados. Habrá en ellos más problemas sociales, políticos, económicos, ecológicos… Habrá más crisis y más inestabilidades. No hay que tener una bola de cristal para avizorar el futuro decadente del planeta Tierra. Lo dicen los sociólogos, los psicólogos, los científicos... Lo dice la Biblia. Mientras estemos en este mundo de pecado y maldad (y mientras esperamos la Segunda Venida de Jesús quien nos llevará a la Tierra Nueva donde no habrá más dolor ni llanto, según Apocalipsis 21:1-4; y que estará llena de cristales y de piedras preciosas, según Apocalipsis 21:11, 18-20), tendremos que aprender a vivir entre epidemias y cicatrices. Aprender no es sencillo. Aprender lleva su tiempo. Pero aprender es útil para nuestro crecimiento integral y para nuestra preparación para el Cielo.
 
Sigo relacionando palabras y noto que un cristal me remite a transparencia, a decencia, a pureza, a luz... pero también a fragilidad. ¿Será por eso que en esta sociedad tan posmoderna y relativa los valores que Dios nos dejó en la Biblia para nuestra felicidad están rotos? ¿Será por eso que es tan complicado mantener los sanos y santos principios divinos?

Te deseo un 2014 cristalino y lleno de aprendizaje.
Te deseo un 2014 en el que puedas romper con las cosas negativas del pasado para empezar a construir algo nuevo.
Te deseo un 2014 en el que puedas cicatrizar heridas.
           Te deseo un 2014 lleno de éxito, que es, simplemente la capacidad de ir de fracaso en fracaso pero sin perder entusiasmo.
Te deseo un 2014 renovado, recordando las palabras del escritor praguense Frank Kafka: "No desesperes... Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.
Te deseo un 2014 diferente, recordando las palabras del Salmo 66:10-12: “Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red. Pusiste sobre nuestros lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza. Pasamos por el fuego y por el agua. Y nos sacaste a abundancia”.
            Si es así, sin duda, 2014 será un año inolvidable.


En el Puente de Carlos, con la frase de J. Sabina.
 



1 comentario:

  1. ¡Welcome back, Pabito! Te deseo un año lleno de fuerzas nuevas!! Saludos...

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