Puente de Carlos, en Praga. |
El 9 de mayo de 2012 fue un día inolvidable. Apenas
habían pasado pocos minutos de las seis de la tarde de ese miércoles histórico
cuando llegué. Había venido caminando desde la Plaza Wenceslao. Ya había pasado
por la bellísima Ciudad Vieja y por el famoso reloj astronómico. Ya me había
sacado fotos con imponente la estatua de Juan Hus. Ya había visto las torres de
la preciosa catedral de Tyn y comprobado, de manera presencialmente empírica,
que efectivamente (y aunque no lo parezca), la torre de la derecha es más alta
que la de la izquierda. Hasta que, finalmente, llegué.
La emoción me embargaba por completo. Desde pequeño
había visto fotos de él. Aún en una infancia y adolescencia sin Internet me las
había arreglado para buscar imágenes de él. Y ese miércoles lo pisé. Sin duda,
temo exagerar al decir que con sus 516 metros de longitud, sus 16 arcos, sus 30
estatuas y sus torres emplazadas en ambas cabeceras, el puente de Carlos de la
ciudad de Praga es el más lindo del mundo.
Llegar a ese puente aquella tardecita de mayo fue
una de las experiencias más sublimes de mi vida. Para completar este cuadro
casi celestial, a los pocos segundos de estar ahí vino un señor alto, de pelo
rubio (con corte “a lo Carlitos Balá”), cara redonda, anteojos, una barba pelirroja
que no llegaba a ser candado (se cortaba a la altura de los labios para seguir
en la pera), sobretodo beige y una sonrisa amplia. En un instante breve sacó un
violín y con sus manos regordetas comenzó a ejecutar con maestría el Canon de
Pachelbell, una de mis piezas clásicas favoritas. ¡Qué más podía pedir!
Ver el atardecer a orillas del Moldava, con semejante paisaje y con tan sublime
música es algo que no tiene precio (bueno, sí tuvo precio porque le dejé una
moneda de un euro al violinista).
Violinista que tocaba el Canon de Pachelbell. |
Las Naciones Unidas han declarado a 2014 como el
Año Internacional de la Cristalografía, que es, ni más ni menos, la ciencia que
estudia los cristales.
Enseguida, mi mente linkea este hecho con
los famosos “cristales de Bohemia”, tan propios de mi amada Praga. En las
tiendas de la ciudad, uno puede encontrar todo tipo de encantadoras y
artesanales figuras hechas con este material.
Enseguida, mi mente enlaza esto con los versos del
poeta de Úbeda. Así dice una parte de la canción “Cristales de Bohemia”, de
Joaquín Sabina:
En el puente de Carlos aprendí
a rimar cicatriz con epidemia,
perdiendo los modales:
si hay que pisar cristales,
que sean de Bohemia, corazón.
No soy un experto intérprete de poesía (por otro
lado, ¿es posible explicar una poesía?) pero entiendo que un puente es un sitio
excelente para conjugar experiencias traumáticas (epidemias) con sanaciones
(cicatrices). Azotada por innumerables plagas, el puente (construido por el rey
Carlos en 1357), ayudó a la ciudad a soportar la enfermedad y la muerte. Con el
paso de los siglos, el puente sigue en pie, cumpliendo su misión de unir,
conectar, restaurar, asociar…
Praga es una ciudad dolorosamente bella. La alegría
casi insuperable al ver cada esquina, cada callecita y cada detalle medieval
pareciera que siempre nos remite a una entrañable melancolía. La vida también
es así. Tiene momentos de gozo mezclados con dejos de tristezas.
Me gusta el verbo “aprender” que el verso menciona.
Me muestra que no es simple la tarea de ensamblar las pérdidas con las
ganancias, las situaciones poco felices con las negativas y las derrotas con
los triunfos. Pero debemos aprender de las epidemias para que aparezcan las
cicatrices.
En estos días todos dicen “Feliz año nuevo”. Y la
verdad es que los próximos doce meses no serán más felices que los doce
pasados. Habrá en ellos más problemas sociales, políticos, económicos,
ecológicos… Habrá más crisis y más inestabilidades. No hay que tener una bola
de cristal para avizorar el futuro decadente del planeta Tierra. Lo dicen los
sociólogos, los psicólogos, los científicos... Lo dice la Biblia. Mientras
estemos en este mundo de pecado y maldad (y mientras esperamos la Segunda
Venida de Jesús quien nos llevará a la Tierra Nueva donde no habrá más dolor ni
llanto, según Apocalipsis 21:1-4; y que estará llena de cristales y de piedras
preciosas, según Apocalipsis 21:11, 18-20), tendremos que aprender a vivir
entre epidemias y cicatrices. Aprender no es sencillo. Aprender lleva su
tiempo. Pero aprender es útil para nuestro crecimiento integral y para nuestra
preparación para el Cielo.
Sigo relacionando palabras y noto que un cristal me
remite a transparencia, a decencia, a pureza, a luz... pero también a
fragilidad. ¿Será por eso que en esta sociedad tan posmoderna y relativa los
valores que Dios nos dejó en la Biblia para nuestra felicidad están rotos?
¿Será por eso que es tan complicado mantener los sanos y santos principios
divinos?
Te deseo un 2014 cristalino y lleno de aprendizaje.
Te deseo un 2014 en el que puedas romper con las
cosas negativas del pasado para empezar a construir algo nuevo.
Te deseo un 2014 en el que puedas cicatrizar
heridas.
Te deseo un 2014 lleno de éxito, que es, simplemente la capacidad de ir de
fracaso en fracaso pero sin perder entusiasmo.
Te deseo un 2014 renovado, recordando
las palabras del escritor praguense Frank Kafka: "No desesperes... Cuando todo parece
terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.
Te deseo un 2014 diferente, recordando
las palabras del Salmo 66:10-12: “Porque tú nos probaste, oh Dios; nos
ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red. Pusiste sobre nuestros
lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza. Pasamos por
el fuego y por el agua. Y nos sacaste a abundancia”.
Si es así, sin duda, 2014 será un año inolvidable.
En el Puente de Carlos, con la frase de J. Sabina. |
¡Welcome back, Pabito! Te deseo un año lleno de fuerzas nuevas!! Saludos...
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