Cuenta una leyenda que un pequeño perro caminaba por un bosque desolado. Después de varias horas de recorrido, entró a una casa abandonada. Dentro de la misma, el animal, invadido por el miedo, comenzó a ladrar ferozmente. Y de pronto, aparecieron cientos de perros que respondían con más agresividad a sus ladridos.
Horas más tarde, otro perrito se acercó a la casa. Pero al entrar, el amistoso can comenzó a mover su cola. Y de pronto, aparecieron cientos de perros que respondían con el mismo gesto de camaradería.
Ninguno de los dos perros había leído el cartel que se ubicaba en el frente de la vivienda: “Bienvenidos a la casa de los mil espejos”.
Los espejos son objetos que reflejan la imagen de algo o alguien. Los espejos no mienten. Cada uno recibe lo que da.
En la historia, los espejos están ligados a esa casi perpetua encantación que los seres humanos tenemos con nuestra propia imagen. Las palabras “reflexionar” y “especular” se originan en los espejos. Para Santo Tomás, la especulación (la acción de ver algo usando un espejo) conducía a la meditación ya que, al ver la similitud reflejada, se observaba la causa en su efecto.
Tal vez sea sano, en las vísperas de un nuevo año, mirarnos al espero para ver qué estamos dando.
San Pablo escribió en un libro del Nuevo Testamento: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también cosechará” (Gálatas 6:7).
Creo que en la vida no hay premios ni castigos; simplemente hay cosechas.
Es decir, consecuencias tristes o resultados felices, dependiendo de lo que hayamos sembrado.
Lo importante es ir sembrando. Lo importante es qué sembramos.
2010 es un campo fértil que está esperando nuestras buenas semillas.
Sembremos. Porque en algún día y en algún lugar, la cosecha nos beneficiará.
Y mientras sembramos, escuchemos la poesía cantada de Jorge Drexler.