viernes, 29 de enero de 2010

Pieza 8- Hacedor

Había una vez, un reino muy lejano que, a falta de rey, era gobernado por dos príncipes.

Uno de ellos era más bien regordete, pero por tener su cabello cortado a los hachazos no podía usar la corona. Cuando hablaba, sus palabras parecían estar cargadas de rosas, pero en realidad, de su boca sólo salían espinas.

El otro príncipe era más bien esbelto, pero por tener sus cabellos llenos de rizos, tampoco podía usar la corona.

Completaba el trío gobernante un conde muy alto, valiente en apariencia pero cobarde en realidad. Quienes lo conocían manifestaban que ya no tenía remedio. Es que los condes, algo siempre esconden.

No obstante, el reino no padecía una lobreguez alarmante ni atravesaba noches gélidas. El hacedor de estos logros, era un pequeño bufón, que alegraba con sus cuentos a grandes y niños.

Pero un día, hartos de soportar las risas, los dos príncipes y el conde decidieron expulsar al diminuto payaso de sus dominios, desterrándolo a un supuesto olvido. El pueblo levantó sus voces de protesta. Voces que nunca fueron oídas. Suele ser un defecto de los poderosos no prestar atención a los clamores que emergen desde los abismos sociales.

Y ahora, en los grandes y multitudinarios eventos internacionales del reino, los niños ya no ríen. Sólo ríen, con la risa hueca de los mediocres, esos líderes que se creen sabios en sus propias y miopes opiniones.

Muy triste, y sintiendo sobre sus hombros la pesada mochila de la discriminación, el bufón encaminó sus pasos por un serpenteante sendero que conducía hacia el bosque.

El crujido de las hojas secas ante cada paso que daba, no le impidió escuchar las palabras de un anciano sabio, quien bondadosamente le aconsejó:

“Hay personas que dicen y hay personas que hacen. Es mejor estar en el segundo grupo. No sólo porque es más productivo, sino porque en el primero ya hay mucha gente. Así que no te preocupes por las decisiones injustas que los demás realizan y que te afectan: los talentosos como tú siempre serán talentosos”.

El bufón levantó la cabeza y dibujó en su cara una sonrisa plateada.

El viejito continuó:
“Procura ser siempre un hacedor de las risas, un reparador de sueños, un bufón de tristezas (de las propias y de las ajenas). Y recuerda: No todo lo que sube vale. En el mar, el corcho flota y la perla yace en el fondo”.

El bufón se acomodó el gorro y dibujó en su cara una sonrisa dorada.

domingo, 17 de enero de 2010

Pieza 7- Génesis

Tengo dos noticias para darles. Una buena y una mala.
La buena es que todos somos expertos en un arte.
La mala es que somos expertos en el arte de postergar.
Nos falta iniciativa y, porque no, continuativa...
Nos falta génesis, o sea origen, nacimiento, acción, creación…

A veces pensamos que para subir una montaña debemos ser expertos en montañismo, tener un equipo de miles de dólares y entrenar seis meses.

Después, nos damos cuenta de que más allá de eso, para llegar la cumbre sólo necesitamos poner un pie adelante del otro y avanzar.

Estamos en el primer mes de un nuevo año. ¿No es este el momento ideal para iniciar proyectos y poner en marcha esas ideas que duermen, cómodamente, en el papel? Porque como sabemos, lo más probable es que “algún día” sea “ningún día”.

Qué tal si generamos pequeñas gestas.
Qué tal si intentamos ser gentiles más allá de los gentilicios.
Qué tal si descubrimos en cada persona una gema.
Qué tal si gestionamos generosidad en vez de gemidos.
Qué tal si aprendemos a dibujar la geometría de un buen gesto.
Qué tal si procuramos germinar geranios.
Que tal si desafiamos nuestros genes y rompemos con el “esto siempre se hizo así”.
Qué tal si nos atrevemos a ser geólogos de nuestros tiempos pretéritos para no repetir genocidios.
Que tal si nos diéramos cuenta de que no tenemos que ser genios para atrevernos a empezar.

Aunque todos somos genios.
Ya lo dijo Roberto Arlt: “Yo también soy un genio. Pero cinco minutos y una sola vez al día”.

viernes, 8 de enero de 2010

Pieza 6- Feliz 10

Cuando tenía 8 años mis habilidades de comerciante (heredadas quizás de lejanos parientes árabes) estaban en lo más alto. No sólo les vendía a mis vecinitos unos jugos congelados (de elaboración propia), sino también unos cartones (de artesanal confección) que eran las supuestas entradas para un acto de humor que hacía en el garaje.

Pero además, hacía tratos con mis padres. Mi mamá me compraría diez paquetes de figuritas por cada 10 que me sacara en la escuela. Aunque ustedes no lo crean, hubo una época (maravillosa, por cierto) en que los niños sonreíamos abriendo sobrecitos con estampas y pegándolas en un álbum. Y la felicidad completa aparecía cuando llenábamos ese álbum.

Con el tiempo mis dones comerciales se extinguieron totalmente, pero aún conservo con cariño mis viejos álbumes de llenos de figuritas. Ellos me recuerdan que aún vale la pena luchar por un 10 y que la felicidad de completar un álbum no tiene precio.

El número 10 tiene ese halo de perfección y excelencia. No hay nada mejor en el fútbol que llevar la camiseta número 10, no hay nota más destacada que el 10, ni nada mejor que pasarla “10 puntos”.

Un relato bíblico del Antiguo Testamento cuenta como el profeta judío Daniel fue llevado cautivo junto con sus tres amigos por Nabucodonosor, rey de Babilonia. Según la costumbre de la época, los reyes conquistadores elegían a los mejores hombres cautivados para educarlos en sus leyes, idiomas y costumbres.

Luego de tres años de entrenamiento, se realizó una evaluación. Y este fue el resultado para Daniel y sus amigos: “En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey los consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en el reino” (Libro de Daniel, capítulo 1, versículo 20).

Podríamos imitar a Daniel y sus compañeros, y ser diez veces mejores docentes, líderes, padres e hijos. Diez veces mejores estudiantes, profesionales, empleados y ciudadanos.

¿Qué pasaría si en el 2010 nos propusiéramos buscar el diez en todas las áreas de nuestras vidas? Es decir, si eligiéramos destacarnos de la mediocridad ordinaria que nos rodea para ser extraordinarios. Si decidiéramos diferenciarnos y ser diáfanos. No sólo una vez, sino diariamente.

¿Qué pasaría si desecháramos las dinamitas y lucháramos por las diademas? Es decir, si dejásemos de ser discontinuos, díscolos y disconformes. Si nos acercáramos en vez de ser distantes.

¿Qué pasaría si, alejados de las dimisiones nos aferráramos a las diligencias? Y si estuviésemos dispuestos a ser afinados por el diapasón de la distinción, la disciplina y la diplomacia.

Tal vez, nuestra vida sería verdaderamente de 10.

Por eso, en este 2010 les deseo dos mil dieces. O sea, que tengan no uno, ni dos, ni tres, sino dos mil. En los 365 días que tiene el año, son algo más que 5 dieces por día. O sea, 50 paquetes de figuritas por jornada.

A este ritmo, creo que nuestro álbum estará completo.
Y entonces, tendremos un año feliz.